A fuego lento, sin prisas y con toque de cariño es como se cocinan los mejores platos y, en mi opinión, pasa algo parecido con los viajes.
Cuando se tiene la oportunidad de viajar con tiempo, con flexibilidad en el itinerario y con esa “mirada humana” que creemos que nos caracteriza en Be Wild Be Proud, suelen ser viajes memorables.
Viajando siempre me he cruzado con gente que tenía más y menos tiempo que yo en los viajes. Por norma general estos últimos/as solían gastarse mucho dinero en pocos días, tenían una apretada agenda con todos los días planificados de antemano, utilizaban vuelos nacionales para recorrer largas distancias y por ello necesitaban tener un itinerario mucho más cerrado.
Con esto no entro a juzgar este modo de viajar porque para gustos los colores y porque yo mismo he tenido que viajar así por falta de tiempo, simplemente es una apreciación.
Dejando al margen este parón por la COVID-19, desde hace años he tenido la suerte de poder dedicarle varios meses a “mi viaje del año”. Esto me ha permitido tener tiempo para dedicárselo a los lugares, las personas y los distintos sucesos que iban apareciendo a lo largo del viaje.
Es interesante moldear el itinerario temporalmente. Por ejemplo, podríamos llegar a un sitio en el cual teníamos pensado pasar una noche, que nos guste y acabar pasando tres noches. Por el contrario, puede ser que no nos guste esa parada y decidamos continuar el viaje. Del mismo modo también es interesante cambiar la ruta y las paradas. Por ejemplo, hablando con la población local sobre nuestra hoja de ruta casi siempre sacamos alguna recomendación sobre dónde hacer una parada de más o una de menos y sobre qué camino y transporte coger para llegar hasta allí.
Italia, cómo llegar al Etna dejándose guiar por gente local
Uno de mis grandes aprendizajes y logros ha sido disfrutar del camino igual o más que del destino. Diría que mi punto de inflexión fue en verano de 2017, cuando acabé mi Erasmus en Italia y, junto a mi amigo Tirso, decidimos recorrer el país desde el norte hasta Sicilia por la cara este y desde Sicilia hasta Madrid por la cara oeste. Fueron dos meses de viaje en los que decidimos no pagar por dormir ni por viajar. Es decir, ir siempre en autostop y dormir donde nos acogiesen o en tienda de campaña.
Teníamos mucha ilusión por ver el volcán Etna una vez llegásemos a Sicilia, pero nos dimos cuenta de que el último coche que nos cogió en autostop nos había llevado demasiado hace el noroeste. En ese momento nos encontrábamos en Marinello cuando conocimos a Edoardo y Massimo, dos chavales de nuestra edad a los que les sigo teniendo mucho cariño. Nos dijeron que eran de Catania, que en unos días iban a volver en coche para allá y si queríamos dos plazas en el coche estábamos invitados.
Finalmente acabamos durmiendo tres días en casa de Marinello, dos días en su casa de Catania y una noche en el Etna en tienda de campaña. Simplemente nos dejamos llevar y acabamos viendo el volcán de la mano de dos locales y forjando una bella amistad que hoy en día perdura.
Marruecos, saborear un buen tajine en lo más alto de la Catedral de Roca
La siguiente historia tiene lugar en Marruecos y comienza en Fez en verano de 2018. Taoufiq es un hombre de mediana edad, trabaja en el Aeropuerto de Fez y es la persona que me acoge a través de Couchsurfing. Tras contarle mi reciente paso por Etiopía y que mi siguiente parada era Gambia para trabajar en el proyecto de nuestra ONG, Taoufiq me contó su historia y me introdujo a “The Nomads Volunteers”, la ONG que fundó con dos amigos y con la que hoy en día Be Wild tiene abiertas varias líneas de colaboración.
También le comenté que me gusta mucho la montaña y que tenía ganas de conocer el Atlas, su respuesta fue sonrisa de oreja a oreja y me dijo: “haz la mochila otra vez, descansa esta noche y mañana te llevo en mi coche hasta Rabat, confía en mí”. En ese momento me di cuenta de que la aventura no había hecho más que empezar.
Y así fue, al día siguiente a las 18:00 estaba en Rabat tomando un té verde con Taoufiq y ultimando los últimos detalles del plan. A las 20:00 tenía que encontrarme en la estación de Salé con Mohammed, otros de los coordinadores de la ONG, y comenzar un viaje de más de 24 horas hasta terreno: el pueblo de Taghia y su población amazigh.
Tras pasar cinco días conociendo el proyecto y echando una mano en lo que sabía y podía Mohammed y yo salimos caminando del pueblo hasta llegar a donde pudiésemos coger un coche o camioneta que nos adentrase todavía más en las montañas.
Una vez ya en el vehículo, se subieron también un grupo de chavales con apariencia y equipación de montaña y, aunque solo cruzamos miradas, ambos nos percatamos de que íbamos a lo mismo… En una de las paradas el transporte se llenó de gente y el conductor dio la orden de que ancianos/as y niños/as se quedasen al interior y el resto continuamos en el tejado junto al equipaje como se puede ver en la foto. Fue en ese momento cuando empezamos a hablar y al comparar nuestros itinerarios. Así decidimos viajar juntos los primeros días.
Después de varios días caminando por el Valle de Ahansal por fin llegamos a nuestro destino: Messtefran, la Catedral de Roca de Imsfrane. Frente a una acogedora llanura y un río, emerge un gran monolito de piedra caliza el cual deja todo lo demás en un segundo plano. Al noroeste se encuentra la aldea de Tilouguite en la que pudimos comprar agua y comida. Decidimos pasar la noche y prepararnos para el ascenso al día siguiente.
Además de toda la belleza del lugar, algo que me sorprendió mucho fue el aserradero abandonado y la camioneta oxidada y despiezada que había al lado del sendero.
Para algunos montañeros y viajeros marroquíes existía un paralelismo entre esta camioneta y el autobús de Alexander Supertramp y, tras escuchar varias de las leyendas sobre camioneta, no pude evitar hacerme una foto con ella y dejar a mi madre un poco más tranquila (foto que podéis ver en la portada).
A las siete de la mañana comenzamos el ascenso, hacía un día despejado y llevábamos buen ritmo. A lo largo de la mañana el sol se iba poniendo cada vez más vertical sin una nube asomada en el cielo. Aun así estábamos preparados y teníamos ganas de coronar esta montaña.
Una vez en la cima (1868m) en seguida las vistas recompensaron el camino hasta allí. Se puede apreciar perfectamente el recorrido del valle y el río y como la vegetación emerge de él en medio de la cadena montañosa del Atlas.
Como recompensa por la ruta que habíamos hecho y por ser la última noche juntos, uno de los montañeros sacó un molde de barro específico para tajine y poco a poco el resto del grupo sacó los ingredientes necesarios para cocinarlo. Fue algo que me sorprendió mucho y que puso el broche a una bella experiencia que fue improvisada desde el primer hasta el último día en un total de dos semanas.
Etiopía, una mezcla de tesoros escondidos entre paisajes y cooperación
La siguiente historia tiene lugar en Etiopía y comienza en Hawassa, en el verano de 2019. Tras un mes de trabajo, la ONG me había dejado libre un poco más de un mes para viajar y volver a la capital para seguir trabajando.
Ya conocía la ciudad del año pasado pero esta vez iba sin un plan específico. Así que me fui al “Circle of Life Hotel”, un albergue que me recomendó una amiga que vivió varios años en el país. Tras darme un paseo por la ciudad volví al albergue para leer el libro que llevaba conmigo, pedirme una cerveza y, simplemente, descansar. Fue entonces cuando me crucé con Fabrizio, Carlo y Dodo, tres italianos un poco más mayores que yo, técnicos en cooperación trabajando cada uno en un proyecto y viviendo alquilados en una casa allí desde hace seis meses. Fuimos a por mis cosas al albergue y, directamente, me instalé con ellos. Así fue como comenzamos un sinfín de aventuras.
Me presentaron a muchísima gente local y tuve la oportunidad de ver sitios que desconocía por completo. Pero a los seis días de conocernos comenzaron en la ciudad una serie de revueltas y conflictos que, junto a una larga historia, propiciarían un referéndum y, con él, la creación de la región de Sidama en noviembre de 2019.
Las ONG en seguida enviaron vehículos para evacuarlos a la capital y yo cogí el primer transporte que me encauzase con mi viaje hacia el sur del país. Un mes más tarde nos reencontramos en la Addis Ababa donde también compartimos un par de veladas memorables, pero no fue hasta más adelante que regresaron a su casa y volví a verlos casi dos semanas cuando surgió una amistad muy bonita.
Me permitieron disfrutar y descubrir Hawassa como nunca había podido imaginar convirtiéndola así en una de mis ciudades preferidas de Etiopía. “Grazie mille ragazzi, vi voglio bene!”
Fabrizio, David, Carlo y Dodo - Interior de una de las furgonetas en las que viajábamos
Desde Hawassa llegué hasta Arba Minch, allí cogí un autobús local dirección a las montañas para conocer Dorze y Chencha, donde los mercados son los lunes y los martes respectivamente.
Esta parada fue recomendada por un amigo y gran conocedor de Etiopía: Toni Espadas. Fue uno de los sitios más bonitos que vi en el viaje. Además de la belleza de esas montañas y de las vistas del lago Chamo y el lago Abaya, la riqueza cultural que alberga la etnia gamo es alucinante. Entre otras cosas, los dorze son conocidos por su habilidad para la confección de togas de algodón conocidas en Etiopía como “shamma”.
Volví a Arba Minch con la intención de cargar el móvil y comenzar a hacer autostop rumbo Konso. De camino hacia la carretera encontré una pizzería italiana y, para mi asombro, exactamente eso era. Al entrar me encontré a Paolo con una sonrisa haciendo una pizza en un horno de leña.
Resulta que yo viví un año en Italia, concretamente a cincuenta kilómetros de donde él vivió, y en seguida hicimos buenas migas. Paolo es un hombre de 40 años de padre italiano y madre etíope que vivió la mitad de su vida en Italia y la otra mitad en Etiopía. Con las tierras de la casa de su madre construyó la pizzería y aprovechó el patio de atrás para montar un albergue y su propia casa.
Obviando algunas pizzas que comí en algún lugar más caro, sin duda éstas son las mejores pizzas que hay en Etiopía, además de la posibilidad de dormir por dos dólares la noche. Con el estómago lleno y la batería del móvil al 100%, era hora de seguir el viaje.
Konso, el comienzo del valle del Omo y uno de los sitios que ofrecen las mejoras vistas de éste. Para muchas agencias de viaje es la parada previa a adentrarse al valle del Omo y por eso hay veces que los turistas no pasan ni el día completo aquí.
A simple vista podríamos decir que es una rotonda con una gasolinera en la que hay cuatro salidas: hacía Arba Minch (norte), hacía Kenia (este), hacía Sudán del Sur (oeste) y hacía el pueblo (sur). En esta se encuentran congregados los mototaxis y los bajaj, dispuestos a llevarte a donde sea por un módico precio el cual debemos de negociar y pactar antes de montarnos. En el pueblo es donde vive la mayoría de la población, allí se encuentra la estación de autobuses y donde encontré muchos bares/hostales que son una buena opción para tomar algo y para pasar la noche. Los jueves se celebran los mercados.
Más o menos había pensado en pasar una o dos noches en Konso, pero el primer día tomando una cerveza con un amigo que tenía de la ciudad conocí a Miguel. Es un asturiano de 22 años que había fundado "Skate Like Lion" y "Konso Kids". Esta es una ONG centrada en los niños huérfanos de Konso y, más adelante, en la población local a través de los beneficios del skateboarding.
En seguida nos caímos muy bien y yo me enamoré del proyecto, de Konso y de su gente. Miguel me enseñó sus aposentos: una tienda de campaña debajo de una acacia gigante y al lado de la pista de skate. Así que no dudé en poner mi tienda de campaña al lado y echarle una mano en lo que pudiese. Finalmente pasé siete noches allí y pude descubrir la magia de Konso, pero en especial la de su gente y de su famoso “café con crema de cacahuetes”.
Tuve la oportunidad de conocer y trabajar con el Konso Development Association (KDA) y su maravilloso personal, muy motivados y con muchas ganas de dar lo mejor por su gente y su cultura. El apoyo del KDA ha sido y es crucial para que el proyecto salga adelante, y cada día se están involucrando más.
Aprovechamos nuestros ratos libres para dar vueltas con una moto que teníamos, ir al mercado, hacer rutas por las montañas vecinas y por las noches no podíamos evitar dejarnos llevar por el ambiente que Konso desprende.
Después de conocer Konso y a Miguel en profundidad entendí porque había elegido este sitio y por qué estaba llevando un proyecto así, sin duda os aconsejo que visitéis el proyecto y os apuntéis esta parada en vuestra ruta.
Uno de los momentos que nunca olvidaré fue cuando Tigi, una amiga que hice al poco de llegar al pueblo, me preparó una fiesta y una tarta por mi cumpleaños que coincidía con mi última noche en Konso. Su familia se involucró un montón, organizaron una velada que duró desde la tarde hasta altas horas de la mañana y que juntó a toda la gente con la que desarrollé cariño en Konso.
Sin duda, es una parada que recomiendo mucho.
Viajar sin prisa y con la mente abierta
Todas estas historias contienen varios denominadores en común: tener tiempo para viajar y no tener prisas, tener un itinerario flexible y mucho contacto con la población local para dejarse aconsejar e incluso a veces, dejarse llevar. Por último y no por menos importante, la improvisación y el azar juegan un papel fundamental en este tipo de viajes.
Ya tenemos demasiada prisa y ruido en la ciudad, casa y/o trabajo. Desconectemos un poco o, mejor dicho, conectemos de nuevo al viajar y al ampliar horizontes. Ya que a veces nuestras responsabilidades y/o rutinas no nos lo permiten, aprovechemos para detenernos y apreciar los pequeños detalles que la vida nos regala día a día.
Y es que cuando viajas así por primera vez te das cuenta de una cosa: a fuego lento la comida, los viajes y la vida saben mejor.
David Fernández, fisioterapeuta, cooperante internacional y viajero empedernido.
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