Siempre hablamos de lo rápido que pasa el tiempo cuando estás bien. De lo relativo que te parece todo lo demás cuando tu mente y tu cuerpo son una esponja de las emociones y aprendizajes que estás absorbiendo. Y no, no es que mi persona sea intensa, es que viajar con Be Wild ya es la definición de intensidad según la Real Academia Española.
Esta vez ponemos rumbo a descubrir, por primera vez como grupo viajero, uno de los países con más historia antropológica del planeta. La cuna de la humanidad, el origen de todo: Etiopía. El origen de volvernos a sentir familia, hogar y equipo viajando de la mejor manera que conozco: con una mirada humana y con muchas ganas de disfrutar cada minuto del día... aunque sea contemplando torretas de termitas.
Día 1 y 2
Primer día y primeras sensaciones. Ya desde el viaje en avión entramos en actitud de hablar con todo el mundo, intercambiar ideas y visiones de un país y otro. Dicen que en los aeropuertos es muy fácil hacer amigos porque vas soltando oxitocina por las esporas.
Hablando de flores: La "Nueva Flor" Addis Ababa, la capital de ETIOPÍA, está expectante ante la llegada de nuevos "farenjis". Sí, la primera palabra que aprendemos es integrar cómo nos llaman a los blancos en este nuevo país para nosotros.
Nos presentan a nuestro súper guía Salomon, una cálida persona en todos los sentidos, y a Menteh, quien nos llevará conduciendo nuestro flamante autobús - headquarter - que ya reposa reluciente en la puerta del hotel.
El monte Entoto, junto con una ceremonia ortodoxa celebrada a la vera del palacio de Menelik II y un impresionante skyline de la ciudad, son nuestra primera toma de contacto con la ciudad. Les sigue el primer manjar etíope: njera, fish goulash, arroces varios y el descubrimiento de una rica cerveza embesha (así llaman los árabes a los etíopes - "piel quemada").
Una vez saciados, la tarde la dedicamos a recorrer los singulares recovecos del merkato, el mercado más grande de toda África y por el que pasa más del 80% del PIB del país. Acabamos el día visitando la impresionante Unión Africana. Un edificio mastodóntico por donde pasan muchas de las decisiones referentes al continente.
El segundo día empieza con una visita al National Museum of Ethiopia donde conocemos a Dinkanesh o "lo hermosa que tú eres", más comúnmente conocida como #Lucy, que desde hoy es una más de nosotras.
Allí descansa contemplando los rostros curiosos de quienes se asoman a verla preguntándose cómo sería el mundo en sus tiempos (hace 3,2M de años). Como curiosidad, aviso porque esto puede ser una perfecta pregunta de trivial, el homínido más antiguo descubierto se llama así porque, cuando lo encontraron, estaba sonando en la radio del campamento arqueológico la cancion “Lucy in the sky with diamonds” de The Beatles.
Y por fin da comienzo nuestra aventura rumbo al sur y nuestro primer trayecto largo en bus. Música, cacahuetes del Mercato, la leyenda de Saba y el rey Salomón y alguna que otra cabezada lo hacen más ameno. Si esto es el comienzo, lo que nos espera promete.
Día 3
Dejamos el asfalto atrás para emprender 205 km rumbo al sur de Etiopía en la región de Oromia. El paisaje verde de las tierras de acacias (warka en amárico) propias de la savannah va cogiendo fuerza desde las ventanas de nuestro autobús Toyota Costar que pilota el gran conductor al que hemos bautizado como "GrandeMente". Cruzamos por cultivos del cereal tef, el alimento básico de la njera, desbordados por el agua de la época de lluvias. En aquel lugar empantanado improvisamos un picnic al aire libre al ras de una carretera en plena obra que cruza el río Awash, el único que no sale del país.
De nuevo con los estómagos bien llenos, emprendemos el viaje con parada técnica incluida para: repostar, hacer el ritual del café etíope en Tulubolo que nos prepara la joven Messarrat y practicar cómo se muele el chili con el mucacha en el sanasana, el mortero tradicional, que nos enseña una señora entrañable de 60 años.
Nos dirigimos a la zona de Werkite para conocer a una familia de etnia Gurague, conocidos por ser muy trabajadores, sobre todo dedicados a las actividades de mercadeo.
Compartimos un rato en su casa tradicional de adobe, llamada gojo, donde se mantiene el calor necesario para cocinar gracias al ganado que habita en su interior. Hay que decir que pasados cinco minutos en el interior de un gojo se hace muy complicado respirar correctamente. Además, pudimos ver su impresionante plantación de falsa banana que sirve para hacer harina y otros derivados lácteos con el tallo del arbusto.
La tarde iba cayendo y llegamos al Aguena Losge donde pudimos pasear y conocer a sus trabajadores. Uno de ellos nos marcó: el guarda Hailo. Tras compartir risas e intercambiar palabras en ambos idiomas, después de cenar, nos estaba esperando con una hoja arrugada bajo el brazo en la que había escrito a mano una larga lista de vocabulario básico de amárico que nos estuvo recitando bajo la potente luz de su linterna y las estrellas. Fue un gran momento de intercambio cultural y abrazos antes de irnos a dormir... ¿Dormir? El efecto campamento it´s coming y preferimos hacer un concurso de talentos musicales aprovechando que teníamos el lodge prácticamente para nosotros solos. El grupo ya empieza a coger confianza y se siente esa sensación tan maravillosa de hogar y familia. Si, confirmamos un año más que viajando magnificamos todas las emociones y eso es maravilloso.
Día 4
Salimos temprano, rumbo al territorio Dorze. Estamos cogiendo mucho cariño a nuestro autobús/casa andante con Menteh y Salomón que nos acompañan en esta aventura Be Wild. Recorremos unos 300kms desde Agena hasta la zona de Arba Minch, cerca del lago Abaya, el segundo más grande de Etiopía. El camino es largo pero las horas de trayecto nos unen más que nunca y sacan nuestra parte más creativa. Hemos dibujado, iniciado la composición de una canción y bailado al ritmo de percusión improvisada. Hemos escrito poemas y hemos reflexionado sobre todos los temas posibles que una cabeza puede abordar en 6 horas de trayecto. Esas horas también dejan espacio para la introspección y para llenarnos los ojos del verde que nos rodea.
Paramos a comer unas pizzas, se nota la influencia italiana, y empezamos a notar el cambio de temperatura. El pantalón corto sustituye al largo y, después de un café muy occidental (a veces encontramos leche) proseguimos nuestro camino. Ya con la oscuridad, llegamos al poblado de una de las cientos de comunidades Dorze, donde viven alrededor de 14.000 personas. Las familias nos reciben con un abrazo de tres toques en el hombro y nos abren sus casas hechas de bambú y con forma de elefante. En el interior hay decoraciones pintorescas y hojas de eucalipto que perfuman la habitación. Rondas y rondas de pastis de ajo (un licor capaz de tumbar a cualquier alemán en la Oktoberfest) y vino con miel llamado tej, nos hacen entrar en calor para una noche que acaba en bailes y congas al ritmo de las palmas alrededor de la hoguera.
Día 5
Amanecemos muy temprano y por todo lo alto, pues nos encontramos a más de 3.000 metros. Algunas se despiertan cumpliendo años y rejuveneciendo 7 (siguiendo el calendario etíope) y a otros, los chupitos de ajo les han pasado factura. Cabe destacar que las cabañas en las que hemos dormido están decoradas con cristos y vírgenes por todos lados, y alguna que otra arañita autóctona de la zona.
Después de adentrarnos en el poblado, ver cómo viven los Dorze y descubrir cómo extraen la base del alimento del “cocho”, masa fermentada que se hace raspando las hojas de la falsa banana, emprendemos ruta de nuevo hacia la ciudad de Turmi. Antes, pasamos por el lago Chamo, donde nos espera una embarcación de lo más rudimentaria para aventurarnos cruzando el lago y divisar su fauna salvaje. Silencio, expectación y adrenalina al acercarnos a pocos metros de unos cocodrilos que tomaban el sol en la orilla con la boca abierta. La sensación de estar tan cerca de animales tan sumamente peligrosos es indescriptible. También tuvimos la suerte de observar las orejitas de los hipopótamos que son adorables pero a la vez uno de los mamíferos más agresivos del mundo.
Siguiendo la ruta, nos detenemos en la ciudad de Konso para comer y probar el pez gato, típico del lago Chamo. Horas más tarde, nos adentramos en el valle del Omo, pasando por campos de moringa y maizales respaldados por imponentes acacias. Por fin llegamos a Turmi, que nos recibe con un ambiente muy rítmico en comparación a la poca población que acoge. Nos encontramos a unos 100km de la frontera con Kenia. Toca dormir bajo las perseidas. "Dehna aderu".
DIA 6
Nos levantamos temprano para degustar el mejor de los desayunos hasta ahora: chapati con aguacate y huevo. Todo un manjar que nos carga pilas para montarnos de nuevo en el bus y observar con luz el paisaje árido de Turmi, con montañas de fondo muy diferente del color y vegetación de los días anteriores. Tras ver un espectáculo de la naturaleza tal como un lobo etíope recién devorado por un buitre, hacemos una primera parada para ver las torres de arcilla, construidas por las termitas, donde tenemos un primer encontronazo con una familia de una etnia local, los dassanech. Llevan el cuello envuelto con cuentas de colores, el pecho descubierto y faldas hechas con telas muy alegres.
Pasamos el puesto fronterizo, recordamos que estamos a 20km de Kenia y a 28 km de Sudán del Sur, y alcanzamos la región de Omorate, donde unas barcas fabricadas en los propios troncos de los eucaliptos están listas para llevarnos a cruzar a la otra orilla del río Omo: territorio Dassanech.
La experiencia es increíble porque parece que vas a volcar pero los barqueros lo tienen todo bajo control. El río es de un color marrón que ni de lejos te deja ver la mano si la metes para comprobar la temperatura del agua.
Nada más pisar suelo, los niños nos empiezan a rodear antes de entrar en el pueblo, hogar de uno de los 8 clanes de la etnia de los Dassanech. Nos topamos con una una explanada donde divisamos unas 20 cabañas con forma de iglú, hechas por las mujeres de la aldea, con madera y cubiertas de láminas chapadas y hojas. Thomas tiene 18 años y está estudiando para ser profesor en la ciudad, nos explica que los omorates son nómadas, que van moviendo sus poblados a lo largo del río conforme se va terminando el pasto para el ganado.
Entendemos que desde hace años el turismo se ha convertido en una de las principales fuentes de ingresos de este poblado, pero nos sentimos incómodos con algunas mujeres y niños que no paran de pedirnos dinero. Vivimos como los niños se pelean por darte la mano, te sonríen, juegas con ellos pero cuando la performance de la “curiosidad” se acaba te extienden la mano para que les des cualquier cosa.
Regresamos con sensación agridulce y con ganas de reflexionar sobre cómo la forma de viajar del turista blanco ha generado unas dinámicas muy poco humanas basadas más en transacciones que en relaciones. Mucho por construir por ambos lados para lograr un turismo más responsable y auténtico que sea capaz de enriquecer tanto nuestra cultura global como la de estas comunidades.
Después de comer nos decidimos parar a dar un paseo por Turmi y enseguida llegamos a la plaza principal. Un grupito de mujeres están trenzándose el pelo, de fondo suena un ritmo africano por uno de los altavoces de una tienda de móviles, cada vez es más fuerte. Nos ponemos a bailar y en unos minutos se nos unen decenas de niños, mujeres y hasta algún adolescente atrevido. El dueño de la tienda se transforma en Dj y la plaza en escenario de una fiesta improvisada de color, congas, freestyle y muchas risas.
Volvemos al hotel muy contentos de haber tenido una experiencia real en la que hemos podido compartir, intercambiar y reír de una manera más auténtica y natural que la de la mañana. Después de una merecida ducha, cenamos en el patio del lodge y de repente una caja de 24 botellines de cerveza local se posa en nuestra mesa. Kamuzu, es un productor de música etíope que nos invita, sin hacer muchas preguntas, a tomar una cervezas con él y sus amigos. No tardamos mucho en descubrirnos bailando canciones de Juanes, intercambiando ideales sobre religión, cultura y música y pasando una noche súper especial que culmina bailando Daddy Yankee en un garaje rodeados de locales que no tenían muchas ganas de irse a dormir.
Día 7
Tercer día consecutivo en Turmi, hoy abrimos el ojillo algo más tarde que de costumbre pero nos levantamos con energía e incluso algunos entrenamos con pesas improvisadas y mantas que nos hacen de esterilla para la más reconfortable de las Shavasanas.
Antes de salir, toca deleitarnos con el desayuno estrella del viaje: huevos revueltos con aguacate y pan de pita. Delicioso. Ya recargados salimos hacia el mercado de Dimeka donde confluyen las diferentes etnias que conviven en la región para comprar y vender y darle sentido a sus negocios. Vemos el curioso pelo y las escarificaciones (cortes que hacen cicatrizar infectándolos a su gusto con ceniza) de los #Hamer, los collares de los #Benna y la mirada intensa de los #Aari, además hoy se une al grupo Mariya, amiga hammer que nos acompañará en nuestro garbeo.
Cáscaras de café, cereales variados: sorgo, teff… artesanía local, collares decorativos y muy coloridos, peines de ébano, y un sinfín de animales listos para ser vendidos... ¡es hora de regatear!
El calor aprieta, es momento para una St George bien fresquita antes de comer. De vuelta a Turmi, cogemos fuerzas compartiendo comida local variada. Acabamos con un magnífico “bunna” y… sorpresa, tienen “wetet”!!! Al fin un buen café con leche.
Esta tarde tenemos un planazo: vamos a la casa de Hailo. Matriarca de una gran familia y madre de Mariya. Esta familia pertenece a la etnia Hammer, una de las etnias mayoritarias de la zona. Al llegar recibimos una cálida bienvenida. El encuentro comienza con una ronda de preguntas para conocernos. La curiosidad y la sinceridad fluyen en el ambiente. Además, hemos comprado una cabra en el mercado de Dimeka para no llegar con las manos vacías.
Aquí se estila llevar una botellita de vino o un postre, pero en la zona del Valle del Omo es costumbre cuando quieres celebrar una ocasión especial regalar un animal, más concretamente una cabra con la que convivimos unas horas hasta que el matarife le puso fin a su vida muy cuidadosamente. Es fascinante: matan y despiezan a la cabra en el jardín donde estamos reunidos. Profesionalidad al cuchillo: el acto es rápido y certero.
Oportunidad perfecta para conectar con la realidad que supone comer carne en estos lugares. Para muchos ha sido la primera vez que veíamos cómo matan un animal que más tarde vamos a cocinar y a comer. La cadena de distribución y consumo vista sin tapujos.
Llega la puesta de sol, tomamos todos asiento y compartimos historias alrededor del asado. El banquete ya está listo. Hailo, como buena MADRE nos ha ido preparando los trozos más tiernos y casi nos ha dado de comer en boca. Los pequeños de la familia han compartido un pan frito del pueblo al que hemos renombrado como Churro Etíope.
Cae la noche, bailoteos variados bajo un manto estrellado y la única luz artificial: la de nuestros móviles enseñando fotos de nuestras familias bajo la mirada impresionada de los chavales. Nos despedimos. Adiós Hailo, adiós familia. Estamos plenos, agradecidos, nos han tratado como parte de su familia.
Las emociones están a flor de piel, nos sentamos en el hotel y compartimos cómo nos sentimos y cómo valoramos la aventura Be Wild hasta ahora.
A escasos metros del hostal, noche cerrada, cielo espectacular. Estrellas fugaces cómplices. El viaje continúa.
Día 8
Amanecemos en nuestro oasis particular del viaje, el pueblo al que sin duda hemos cogido más cariño: Turmi. Volvemos al nomadismo y nos metemos en nuestra casa andante camino al siguiente destino.
Este viaje viene con varias sorpresas, el cambio de paisaje, juegos para conocernos sobre verdades y teorías falsas sobre nosotros... Pero lo más espectacular es ver cómo el buen rollo empieza a calar. Vimos a Menteh, nuestro conductor, que no sabe ni una palabra en español, cantar por su cuenta el: "Suavemente, BE-SA-ME". Y vimos a Salo, que nunca entendió por qué nos gustaba bajarnos del bus a andar, proponiendo por su propia cuenta que lo hiciéramos.
Alcanzamos el pueblo de Konso, más concretamente el Gamole Village, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, que se caracteriza por estar estructurado en forma de cuatro círculos concéntricos con perímetro de muralla a distintas alturas de menor a mayor, desde 1 a 4 metros de altura.
También se caracterizan por tratar de manera muy especial la muerte, momificando los cadáveres de los líderes durante 9 años, 9 meses, 9 días, 9 horas y 9 minutos. A partir de este tiempo se reconoce como muerto (oficialmente), y es cuando se organiza el funeral, mientras, se nombrará un líder en funciones hasta que pase este tiempo. Para ellos es muy importante tener un hijo, pues será quien le siga en la línea de sucesión de su propia familia. Para ellos si no tienes un hijo varón, no eres un hombre que “merezca la pena”. Quizá os estéis preguntando aún, ¿por qué el número nueve? Es por los nueve clanes que pertenecen a la etnia Konso.
También tuvimos un tiempo donde disfrutar con ellos y sacar nuestra creatividad a relucir. El fútbol, la calistenia con roca y una obra de teatro que improvisamos fueron las actividades escogidas para divertir a los niños, aunque para ellos la diversión éramos nosotros haciendo esas cosas.
Para culminar el dia, dejamos asomar la cabeza, solo un poco, a nuestra parte turística y nos tomamos una cerveza en un lodge “de nivel” manteniendo un debate muy interesante sobre nuestros sentimientos, sobre lo vivido, los momentos de conocer nuevas comunidades, los comportamientos que tenemos con ellos, y ellos con nosotros y la gestión de las situaciones en las que nos piden dinero. Hay diversas opiniones pero una única conclusión: el tener más tiempo. El tiempo sería la clave para que nos pudiesen ver como iguales.
De vuelta a nuestro hostal, caminamos abrazados pelados de un frío repentino. Son momentos muy mágicos los vividos en un solo día donde somos conscientes de que estamos aprendiendo, comprendiendo y sobre todo creciendo.
Día 9
Son las 8am en Konso. La mayoría del equipo necesita un poco de café etíope servido con dos cucharadas de azúcar, hojas de romero y en taza de porcelana blanca.
Nos dividimos en tres grupos para explorar el mercado mientras compramos los diferentes ingredientes para la comida. Encontramos de todo: verduras, mangos, huevos, especias, teff, telas, colchones...Decenas de locales nos miran expectantes mientras regateamos un buen precio para los aguacates y los casi 4 tipos de panes que encontramos.
Tras una mañana de risas y ajetreo, ponemos rumbo a Yabelo, cerca de la frontera con Kenia. Por el camino tuvimos la oportunidad de compartir un rato con una familia de etnia Borana, (dedicados especialmente a la ganadería de camellos, animal que representa la riqueza de las familias). Las mujeres, cubiertas con telas de colores, se untan el pelo con mantecas y esto hace que les brille la cabeza a la luz del sol. Y nosotras gastándonos el dinero en champús caros…
Seguimos con la furgo, con nuestros juegos y debates, hasta que una explanada llena de acacias nos llama para hacer nuestro picnic. El fuet y las latas de sardinas son el manjar del viaje. Nos sentimos observados por una marabunta de gente local mientras comemos.
Parecemos una pieza de museo encerrados en una vitrina siendo observados por cientos de ojos curiosos.
Llegamos a Yabelo y el hotel nos parece una maravilla. ¡Hay agua caliente y una terraza donde podremos ver cómo cae el sol por la "Gran vía" Yabelana! Paseamos hacia la zona universitaria, parando a por un café y batidos de aguacate, jugando al futbolín en una de sus calles y buscando las mejores telas con el toque de magia que tiene el regateo africano. Como cada noche, hacemos balance del día, y hoy jugamos a adivinar palabras, aunque no tardamos mucho en dormirnos porque mañana a las 6 suenan las alarmas para irnos de excursión.
Día 10
Buen madrugón el de hoy… a las 7AM ya estábamos desayunando huevos revueltos con pan y mangos. Emprendemos ruta hacia el cráter del volcán Chew Bet. Como ya es habitual hordas de niños y niñas nos esperan como si fuésemos alienígenas recién llegados a la tierra. Los guías locales entran en disputa para guiarnos por la ruta hacia el corazón del volcán. La bajada fue increíble. El sol apretaba, pero mirando las vistas que nos rodeaban, el calor pasaba a un segundo plano. Cantamos canciones de campamento, contamos anécdotas y alucinamos echando la vista hacia arriba contemplando el desnivel alcanzado.
Cuando llegamos abajo un par de hombres nos hicieron una demostración sobre cómo extraer la sal. Para prepararse y poder entrar “seguros” al fango ácido y lleno de azufre, se cubren las heridas con súper glue y los oídos y nariz con hojas de ketel. Gracias a unos palos largos que miden la profundidad del lago pueden alcanzar el suelo y agarrar un puñado de fango que dejarán secar posteriormente para obtener la sal. Toca deshacer el camino, pero ahora cuesta arriba y con el sol más alto. Se nota ligeramente que estamos bajo el nivel del mar.
Volvemos a Yabelo para comer y de ahí pusimos rumbo hacia Yirga Chef, nuestro próximo destino, para volver hacia el norte y empapar nuestras miradas de verde. Por el camino tuvimos varios momentos safari contemplando desde el bús avestruces, camellos, mapaches, monos colobos y buitres. Incluso vivimos una inspección militar del autobús donde, hay que reconocer, nos temblaron un poco las piernas.
Llegamos a Yirga Chef, un pueblo mucho más moderno y tranquilo. Después de una merecida ducha, preparamos nuestro aclamado picnic nocturno y cogimos la cama con mucho gusto.
Dia 11
La “agradable” llamada a la oración de la mezquita contigua a nuestra pensión en Yirga Chef nos pone las pilas antes que los gallos. Desayunamos con unas soleadas vistas de buitres ondeando nuestras cabezas y la ciudad en movimiento.
Ponemos rumbo y en seguida los ojos se nos llenan de un verde intenso, ese color que tanto nos gusta.
Visitamos la plantación de café de una señora que nos permite entrar en su casa para mostrarnos el oro negro tan originario de este país. Etiopía es la cuna del café y de aquí se expandió a lo ancho y largo del mundo gracias a una popular leyenda en la región de Kaffa del pastor Kaldi y sus cabras que os invito a investigar.
Por el camino, nos topamos con puestos llenos de colorido: papayas, chirimoyas, plátanos, cestos de mimbre hechos con ramas de palmera… que hacen que nuestra vena consumista florezca y nos llevemos un trocito de decoración etíope a nuestros hogares. Decenas de miradas nos rodean y aún a estas alturas de viaje seguimos sin entender muy bien porqué somos tan peculiares para ellos más allá de la piel y la forma de vestir. Quizá se pregunten qué hemos venido a buscar aquí.
¿Os acordáis de los bolsos de hojas de palmera? Qué mejor que llenarlos con un poco de kat para después de comer. El kat es una planta estupefaciente que mastican los locales para mantenerse activos. Imagínate mezclarlo con café.
Atravesamos la ciudad de Dila, la segunda más grande después de nuestro destino: Awassa. Ya en Awasa, con el monte Tabor al fondo completando la panorámica de la ciudad, percibimos mucho ritmo en el ambiente y bastante presencia de gente joven. Una ciudad igual de cosmopolita que la capital.
Damos un paseo por la avenida principal y a mitad de camino cogemos unos bajaj (estilo Tuk Tuk), sí, siempre hay momento para la turistada del día, que nos dejan en la entrada del Parque del Lago Awasa. Un lugar que escapa completamente del ajetreo de la ciudad y deja que su fauna y flora te envuelvan. Los marabúes y los monos colobo nos dan la bienvenida a uno de los atardeceres más bonitos del viaje.
Para terminar, cogimos una barca que nos devolvió a la ciudad, concretamente al Paseo del Amor, donde los enamorados hallan la intimidad a orillas del lago. La estampa del lago como un plato y el tono rosado del horizonte generaba una vibra emocionante.
Última noche todos juntos. Emociones. Palabras. Reflexiones. Miradas. Abrazos.
Día 12
Awasa nos da los buenos días. Esta ciudad está muy viva, y su mercado de pescado es un reflejo de ello. Pescadores, cocineras, jóvenes atentos, y hasta periodistas se arremolinan a orillas del lago que da nombre a la ciudad: Awassa, en la región de Sidama en la parte central de Etiopía.
Alucinamos con la tremenda destreza de algunos al limpiar el pescado sacando sus preciados lomos y utilizando el resto para caldo. La tilapia y el pez gato son las especies Estrella. Para nuestra sorpresa nos vemos siendo entrevistados por la TV etíope y felicitándoles el año en inglés, amárico y español a sus telespectadores.
Antes de salir de esta divertida ciudad rumbo al norte, pasamos por Shashamene, el pueblo de los Rastafaris. Volvemos hacia la capital. Parada en el camino, improvisada, como siempre, para que nuestros valientes compas Manu y Carlos se den un chapuzón rápido en río Horakello y para comer un tremendo pescado frito con una birra. ¡Qué placer!
El último tramo de bus es una mezcla entre una morriña adelantada y una emoción exultante por lo que vendría en Adis: #ShakuraProductions es el estudio de Kamuzu, colega que hicimos días antes en el sur. Él es un famoso productor musical etíope, del que salió invitarnos a su estudio en nuestro último día en Adis para, de forma improvisada, grabar junto a él y sus compañeros un tema latino-etíope que dio para bailar y dejar salir toda esa energía de fin de viaje. ¡Estamos convencidos que podría ser un buen hit del verano!
¡Tranquilos, familiares y amigos! Nuestros viajeros vuelven a casa con kilos de café que dicen ser "para regalar" y que harán vuestras sobremesas un poco más africanas.
Ya la noche anterior habíamos estado debatiendo sobre “el espíritu del viajero” que, en algunas etapas del viaje hace que pasen cosas inesperadas y emocionantes. Este último día estaba siendo una demostración de que el espíritu del viajero existe pues esa tarde mágica en el estudio quedará en nuestra retina y corazones para siempre. Si escribís al Instagram de @wildandproud podemos facilitaros el archivo del tema: Alucinariáis con el temazo que salió.
Las despedidas no son sencillas, aunque nos rodeamos de esa buena vibra que el día antes nos dejó Gabriel García Márquez, a través de la voz de nuestro compa Nacho, en forma de poema: Viajar también es regresar. Regresar sabiendo que estos días no solo hemos actuado sobre un escenario tan bello y lleno de vida como ha sido el sur de Etiopía, sino también con una compañía que ha pasado de ser interesante a convertirse un poco en familia, en compadreo, en amistad, en comunidad de aprendizaje que apostamos, perdure.
“Etiopía llegó, Etiopía vibró, Etiopía, Etiopía, Etiopía brilló” ¡Ameseguenalo!
Sara Escribano.
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