Nueva York, la ciudad de los puentes y las películas, de los parques y rascacielos, de los estadios y los grandes proyectos. Todo en Nueva York tiene un cierto aire de glamour, no uno como el de París, pero desde luego un espíritu propio que muchas películas de Hollywood han atrapado en el celuloide. Ese espíritu inmortalizado puede notarse desde que uno baja de cualquier avión que llegue hasta la ciudad del Hudson. Nueva York siempre me ha parecido un símil de la costa norteamericana, donde las aguas que la corriente del labrador trae desde Europa chocan con la costa norteamericana. Por eso puede notarse un aire como traído desde Londres, Dublín o Ámsterdam incluso hoy en día en esta ciudad.
Sin embargo, el choque siempre me ha parecido bastante fuerte, como si esas olas chocaran con rabia contra la costa. En Estados Unidos todo me ha parecido siempre “muy estadounidense”. Al bajar del avión uno se encuentra en una película americana donde el entorno (calzada, coches, edificios, el aire y la gente) es notablemente distinto, pero razonablemente familiar. No obstante, es probable que Arizona, Oregón o Houston no puedan ceñirse a la descripción que hago, aunque la costa este de Estados Unidos tiene ese aire de mezcla de cosas que en Nueva York es un estilo de vida.
Es relativamente fácil perderse por las luces de Nueva York, ya que todo tiene una gran cantidad de ellas. Todo es grande, por supuesto. Pero más aún, todo es brillante. Aquello que uno puede ver paseando por Nueva York tiene como un aire áureo, como de nuevo, limpio y reluciente. Nada más lejos de la realidad, Nueva York es un lugar con muchísimas sombras, pues como es normal, allá donde hay luces, se generan sombras.
Tuve la ocasión de haber visitado antes esta ciudad, y, como supongo es normal, esta te atrapa si nunca has estado aquí. La primera vez, tuve la oportunidad de venir un 4 de julio, la fiesta americana por antonomasia. Todo Nueva York ebullía de rojo, blanco y azul y las luces de la ciudad relucían aún más si cabe. Los fuegos artificiales que se destinan para semejante festividad no hicieron más que llevar las luces de colores haya a donde estas no suelen llegar. Es curioso la forma en la que las gentes de Nueva York navegan por la ciudad, la que en los mapas no parece tan extensa como luego a pie de calle es. Durante el 4 de julio, absolutamente todo en la ciudad se colapsa, el verano invita a la gente fuera de los edificios y estos quedan atrapados entre ríos de gente que inundan la calle.
Esta vez, sin embargo, he tenido la necesidad de aportar un enfoque distinto, quizás incluso más contrastado que antes. Mi visita ha ocurrido mientras Nueva York se preparaba para St. Patrick’s Day, quizás, la segunda mayor fiesta de Nueva York después del 4 de julio. Aún así, como mi perspectiva sobre este viaje era distinta, percibí cosas que de otra forma me habría sido imposible, y estas son la razón de querer expresar mis pensamientos en este artículo.
Mi camino mental comienza aquí, con la mayor celebración de una festividad irlandesa fuera de Irlanda. Es necesario comprender que, aunque hoy en día y gracias a las tecnologías de la comunicación el día de San Patricio es una festividad bastante común, esta es, de forma natural, una festividad propia de Irlanda. El hecho de que el día de San Patricio sea tan grande en Nueva York atiene a una razón exclusiva: la inmigración.
La inmigración es tan vital para una ciudad como Nueva York que hoy en día muchos de sus barrios pueden dividirse por el origen de cada una de sus principales poblaciones. Tenemos un Little Italy, KoreaTown, Chinatown, el Barrio Hispano o el barrio británico-irlandés (regado de pubs, por supuesto). Esto ha ayudado a la construcción de Nueva York tal y como lo conocemos hoy. Las mayores festividades de la ciudad coinciden con días como los de San Patricio, el Año Nuevo chino o el 5 de mayo mexicano. Y, sin embargo, Estados Unidos es famosa por su deriva proteccionista, donde todo lo extranjero es malo (o peor que lo americano, en su defecto) y solo lo americano vale. America first. Make America great again.
Esta fuerte dicotomía en la que me encontré, a media mañana en mi segundo día en la ciudad (y con alguna Guinness encima), me capturó y me dio alas para observar Nueva York como lo que es, lejos de sus luces: una contradicción. En Nueva York me he encontrado algunas de las tensiones más grandes que he visto en mi vida, incluso mayores que las de algunas ciudades como Bogotá o Dakar. En Nueva York uno encuentra las mayores riquezas y miserias, todo con un bonito toque neoyorquino.
Hay una cosa que me preguntó una vez un amigo que me he repetido muchas veces, y que en Nueva York me volvió a la cabeza con fuerza y en repetidas ocasiones. La persona en cuestión es un amigo gambiano al que una vez tuve la ocasión de poder ver en Madrid y a quien tratamos de enseñarle tanto como pudimos las vicisitudes de una ciudad como la capital española. Muchas cosas le impresionaron (de la misma forma que una ciudad como Nairobi o Manila puede hacerlo en alguien como tú o como yo), los coches, parques, edificios, etcétera. Sin embargo, no puedo olvidarme de lo que más le impresionó: el fenómeno de la mendicidad.
Para esta persona es inconcebible que, en el mundo de las casas altas de cristal, donde parece que todo el mundo tiene coche y todo el mundo viste ropas caras y come comidas exóticas, existan personas que no tienen nada y que, además, son ignoradas por el resto de la sociedad y del país. La mendicidad es un fenómeno histórico y global; lo que es claramente endémico de sociedades como las occidentales es la forma de lidiar con él.
Mi compañero y yo nos alojamos en Chinatown, en la calle Bowery, durante nuestra estancia en Nueva York. A dos pasos del puente de Williamsburg y del moderno Downtown y SOHO. Y, sin embargo, cada salida del modesto hostel en el que nos alojábamos era una vista a las depresiones más profundas de la Gran Manzana. La interconexión entre la comunidad china en Nueva York y el resto de población es muy escasa. El hermetismo de la propia comunidad y las “barreras” sanitarias que tiene Chinatown, han convertido esta zona de la ciudad en un fortín para aquellos que viven al margen de lo que pasa en el resto de la ciudad.
El acusado problema de mendicidad, salud mental, marginación y drogadicción que tiene Nueva York tiene en Chinatown uno de sus centros neurálgicos. Tan numeroso era el número de personas que vagan por la ciudad como espectros buscando una razón para “cruzar al otro lado” que es casi imposible pasar los ojos por algún lado sin caer en la cuenta de ello (a no ser que uno asista solo a los míticos lugares de culto al turismo y en cuyo caso solo verá turistas y, con suerte, algún ciudadano local).
En cierto modo, mi reflexión no se aleja de Madrid por servirme de Nueva York para contarla. Solo se acentúa por el hecho de que en Nueva York (razonablemente, en proporción a su tamaño) hay un mayor número de personas en esta situación. En cualquier caso, pasear por las sombras de Nueva York me ha recordado uno de los problemas que nos plantea el desarrollo como lo concebimos desde las sociedades occidentales: ¿Qué hacer con la desigualdad?
Incluso las sociedades más avanzadas (y sin saber claramente quién o qué define cuales son avanzadas y cuales, atrasadas, y, si acaso, esto fuera pertinente) existen desigualdades muy fuertes que definen quienes somos por como las afrontamos. El caso de Nueva York adquiere fuerza en mí debido a que, para casi cualquier persona del mundo, la sociedad americana es la referencia del progreso, y Nueva York es su carta de presentación. ¿Cómo puede describirse una sociedad como avanzada mientras se ahoga en sus propias desigualdades? ¿Cómo puede la gente estar rodeada por la injusticia y simplemente mirar hacia otro lado, como anestesiados de la realidad?
Tampoco me malinterpretes, Nueva York es una ciudad con sombras, porque también existen luces, y son muchos los casos que también invitan al optimismo, pues, como es sabido, en la vida nada es totalmente blanco ni totalmente negro, ni luz ni sombra por completo.
La gran mayoría de personas que he conocido en Nueva York son personas muy cosmopolitas, con una visión bastante abierta (que no simple) del mundo que les rodea. Nueva York también tiene la potencialidad de ser una de las ciudades más multiculturales del mundo. La cultura propia y la idiosincrasia que se han generado en esta ciudad son únicas, y todo gracias a la inmigración, la hibridación cultural e incluso a la desigualdad (que ha dado lugar a formas alternativas, en los márgenes, de expresarse).
Es necesario, si vas a pasar por Nueva York, visitar los iconos turísticos que sacian las necesidades de tantos y tantos viajeros al año. Pero no te quedes ahí, te encomiendo a que visites Harlem y Bronx, el epicentro de la cultura afroamericana e hispana de la ciudad, donde el graffiti y el jazz se mezclan con hip-hop y salsa. De la misma forma que he visto en Londres (donde tuve la suerte de poder vivir un año en Bethnal Green, el barrio más multicultural del este de la ciudad) las mejores cosas que he podido experimentar son gracias a la diversidad del lugar. Te recomiendo que visites Little Italy y Chinatown, Coney Island y Brooklyn, el barrio coreano o que te pasees por lo que las guías probablemente ni describan: El Nueva York de los grises.
Esta reflexión me gustaría que sirviera como un pequeño relato personal contrahegemónico frente a las fuertes tensiones que vemos y vivimos hoy en día. El Brexit, Trump, Bolsonaro, los misiles coreanos…Parece que vivimos en una época de tensión y miedo, de odio y segregación. Frente a ello quiero traer un relato desde los márgenes, de aquellos que viven entre nosotros sin más que el día a día. Un relato de lo grande que he hecho la desigualdad y la inmigración a esta ciudad. Un relato que cuenta lo mismo que un discurso de Trump, pero en vez de usarlo para dividir, usarlo para unir, para enorgullecerse de la diferencia y la diversidad. Muchas gracias a todas las personas migrantes, marginadas y desplazadas, porque sin vosotras el mundo sería como lo pintan las personas que promueven el odio: un mundo de blancas luces y negras sombras.
Ángel Álvarez de Lara (@donlaramie)
angel.alf93@gmail.com
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